La venganza de Rock Mackey by Lou Carrigan

La venganza de Rock Mackey by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras
publicado: 1976-08-09T22:00:00+00:00


* * *

—¡Virgen Santísima! —exclamó José Nervo— ¿Qué ha ocurrido? ¡Estás mucho peor que yo, Rock!

Pero Mackey no podía prestar atención a las palabras de su amigo. Toda su atención estaba fija en el hombre que yacía sentado lánguidamente en uno de los sillones, previamente arrimado a la cama donde estaba Nervo.

—¡Isaías!

—Hola, Rock. ¿Cómo estás..., a parte de eso?

Se estrecharon fuertemente las manos.

—¡Estás estupendo, Isaías! ¿Cómo van esos pulmones?

—Perfectos, gracias a las temporadas de reposo que paso en tu rancho cuando me da la gana. Ocho meses en el Este y cuatro en el Oeste: la salud ante todo.

—Un cirujano como tú no tiene derecho a morirse. Tienes muchas, cosas que enseñar al mundo. ¿Cómo está Thelma?

—Magnífica —rió el doctor Isaías L. Turner—. Hubiese querido venir conmigo a Méjico, pero eso es imposible. ¿Quién cuidaría del pequeño?

—Eres un granuja —rió Mackey—. En Méjico hay muchas que... Y si no, pregúntale a Pepe... Perdona, Pepe.

—No, Rock. Lo que has dicho es cierto —apoyó el mejicano, con leve sonrisa—. A pesar de aquello, en Méjico continúan habiendo unas chicas retechulas.

Rieron los tres.

—Bueno —preguntó Turner—, ¿qué diablos te ha ocurrido?

—Luego os lo contaré. Espero no haberte causado molestias al pedir que desviases tu itinerario, Isaías.

—No digas tonterías, Rock. Lo único diferente en eso, fue partir de Nueva York tres días antes. Y como no estoy dispuesto a perderlos, he alquilado un carruaje ligero y voy cambiando de caballos donde me parece. Por eso no llegué con la diligencia. Bien: ¿dónde está mi... paciente?

—Ni siquiera puedo asegurarte que acuda.

—¡Hombre...!

Mackey estudió detenidamente a su amigo. Isaías L. Turner tenía cerca de cuarenta años, edad alcanzada gracias a los cuidados meticulosos a que sometía a sus amenazados pulmones. Vestía con una corrección absoluta, era elegante, quizá por delgado, y en su enjuto rostro brillaban dos ojos inteligentísimos, vivos, que parecían capaces de captar cualquier detalle que lo circundase. Sus rasgos eran correctos, atractivos, y algunas canas adornaban sus aladares. Sin discusión, era el cirujano mejor considerado de Nueva York, y, por tanto, en todo el Este. Actualmente, se dirigía a la ciudad de Méjico, donde había sido requerido, solicitado, para una serie de conferencias y demostraciones.

—Es un poco largo de contar, Isaías. Pero antes, permíteme que le de una buena noticia a Pepe: ¿Os habéis presentado?

—Hombre, claro.

—Perfecto —Mackey miró intensamente a José Nervo—. Pepe: tengo algo para ti.

—¿Un regalo?

—Sí. Sé dónde estará mañana un hombre llamado Harold Gillis.

El rostro de José Nervo se crispó visiblemente. Nada más.

—Es... un buen regalo, Rock. Gracias.



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